Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo, se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén, en brazos de María y, que la Santa Madre le ofrecía a su hijo para que lo amara y lo hiciera amar por los demás. Y desde ese día Bernardo se fue al convento de los monjes benedictinos y pidió ser admitido. El superior del monasterio, San Esteban, lo aceptó con gran alegría, pues en aquel convento hacía quince años que no llegaba religioso nuevo.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Pero, Bernardo les habló tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y 31 compañeros. Dicen que, cuando llamaron a Mirnardo, el hermano menor, para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá!, conque ustedes se van a ganar el cielo y a mí me dejan aquí en la tierra?, esto no lo puedo aceptar" y, un tiempo después, él también se fue de religioso. Más tarde, habiendo muerto su madre, entra al monasterio su padre. Su hermana y el cuñado, de mutuo acuerdo, decidieron también entrar en la vida religiosa.
Con una salud, sumamente débil, recorrió toda Europa, poniendo la paz donde había guerra, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando a los desanimados. Era el árbitro aceptado por todos.
"Mi gran deseo es ir a ver a Dios y estar junto a Él, pero el amor hacia mis discípulos, me mueve a querer seguir ayudándoles. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca". Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles y se lo llevó a su eternidad feliz, el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años. El Santo Padre lo declaró doctor de la Iglesia.
Tomado de Corazones. org.